miércoles, 20 de marzo de 2013

Donde viven los monstruos

Sucede por todas partes, pero siempre durante los días más cortos del año. Entre noviembre y febrero, pueblos de toda Europa se unen al unísono en celebraciones ancestrales que se reproducen por todos los rincones del continente. En ellas, cientos de comunidades rurales conservan la costumbre de disfrazarse de bestias diabólicas y animales indomables, a través de espectaculares atuendos confeccionados con pieles de oso, cuernos de cabra y ramas de la vegetación más frondosa.
Hace unos años, Charles Fréger descubrió uno de estos ritos paganos en la región austriaca de Salzburgo. Antes de las fiestas navideñas, los adolescentes suelen desfilar por las calles disfrazados de Krampus, ogros hirsutos y cornudos que atemorizan a los niños que se han portado mal durante el resto del año. El fenómeno le fascinó tanto que pasó dos años investigando si existían fiestas similares en el resto de Europa. “Terminé visitando 19 países durante dos inviernos sucesivos, para descubrir decenas de fiestas paganas que, bajo un aspecto meramente folclórico, esconden cuestiones fundamentales sobre nuestra cultura y nuestros miedos”, afirma Fréger, autor de una espectacular serie titulada Wilder Mann.
Visitó pueblos de Burgos, Cantabria y Navarra para fotografiar sus carnavales
De Francia a Bulgaria y de Italia hasta Finlandia, Fréger fotografió decenas de comunidades rurales que siguen celebrando estos ritos originados en el neolítico, pensados para exorcizar demonios interiores, despertar una animalidad reprimida sin tener que lamentar las consecuencias o invocar a la naturaleza en nombre de la fertilidad de la tierra. El fotógrafo francés expone el resultado de su investigación hasta el 26 de mayo en el MAC/VAL de París, centro de arte situado en la periferia sur de la capital francesa, además de protagonizar otra exposición en el Fotomuseum de Amberes hasta el verano y de preparar su desembarco en dos galerías de Nueva York de cara a abril.
Los ritos donde los hombres se convierten en monstruos existen en todas las civilizaciones del planeta, pero Fréger prefirió ceñirse al continente europeo. “Que en África existen tradiciones de este tipo ya es suficientemente conocido. Me interesaba más ir al encuentro del lado tribal de Europa”, dice el fotógrafo. Su trabajo también le condujo hasta España, donde visitó los carnavales de tradición rural en localidades como Mecerreyes (Burgos), Silió (Cantabria) y Alsasúa (Navarra). “Castilla fue el único lugar del continente donde vi que se utilizara sangre animal para decorar los disfraces”, explica. “Además, esas tradiciones fueron un símbolo identitario durante el franquismo, cuando estas fiestas fueron censuradas”.
Antes de dedicarse a cazar monstruos por Europa, Fréger trabajó en otras series sobre personajes inscritos en la pertenencia a un grupo y caracterizados por llevar uniforme, de majorettes a luchadores de sumo, pasando por obreros metalúrgicos, escuelas de equitación e integrantes de las guardias reales de medio planeta. Se ha comparado su método con el sistematismo del matrimonio Becher, aunque cambiando los decadentes equipamientos industriales por un retrato de las peculiaridades de la especie humana, que suele retratar con ojo de antropólogo. “Ni lo soy ni pretendo serlo. Pero me interesa lo humano y el concepto de comunidad. En el fondo, estos rituales se han convertido en celebraciones de la vida en grupo”, dice Fréger.
En la bestial animalidad de sus monstruos se logra distinguir alguno de los fundamentos de nuestra cultura, como sostiene el escritor irlandés Robert McLiam Wilson en el prólogo del libro que recoge la serie fotográfica de Fréger, publicado alrededor del mundo pero todavía inédito en España. Dice lo siguiente: “Tenemos que definir quiénes somos definiendo, ante todo, quiénes no somos. Somos hombres sabios porque no somos hombres salvajes. Nos sentimos integrados en el grupo gracias a quien ha quedado excluido”. Y es ahí, en la oscuridad dibujada por la fantasía secular, donde siguen viviendo estos monstruos.

martes, 19 de marzo de 2013

La vida bulle en la sima del mundo

How deep is the ocean?, preguntaba la canción del gran Irving Berlin tal vez sin esperar respuesta. ¿Cuán profundo es el océano? Depende de donde mires. El promedio son 3.700 metros, y hay cotas mucho más profundas como las zonas abisales que alcanzan los 6.000 metros, donde apenas llega la luz del sol y los peces son ciegos y horribles.
Pero nada hay más profundo que el abismo Challenger, una sima que daría vértigo de estar en tierra firme, situada en la fosa oceánica de las Marianas a medio camino entre Australia y Japón, y que ostenta la marca mundial con 11 kilómetros de profundidad. Esa es seguramente la respuesta que esperaba Berlin. Y ni siquiera allí podría el deprimido compositor haber escapado de la ebullición de la vida, según acaban de revelar las últimas investigaciones sobre esos bajísimos fondos.
El geólogo Ronnie Glud y sus colegas de la Universidad del Sur de Dinamarca, el Instituto Marino Escocés, el Centro de Investigación Climática de Groenlandia, el Instituto Max Planck de Microbiología Marina y la Agencia Japonesa de Ciencia y Tecnología Marina y Terrestre han medido por primera vez la actividad biológica del abismo Challenger, y han descubierto un hecho inesperado. Tal y como muestran en Nature Geoscience, la vida microbiana exhibe allí el doble de dinamismo que 5.000 metros más arriba. Algo bulle en la sima del mundo.
La vida en una columna de océano —desde la superficie hasta el fondo— depende casi por entero de los microorganismos que flotan en su superficie (el plancton). Las bacterias y algas microscópicas que viven allí son las que más eficazmente pueden alimentarse de la luz solar, y esa energía es la que, en último término, acaba nutriendo a todos los de más abajo, empezando por los peces y crustáceos que directamente se los comen.
Los excrementos resultantes emprenden una odisea descendente en la que cada paso de digestión microbiana va alimentando al microbio de más abajo, como en la fábula del sabio que comía hierba. Lo que llega al fondo del mar después de todo ese expolio es poco más que nada, y así parecían confirmarlo los resultados obtenidos hasta ahora. Pero apenas había datos sobre las simas del mundo, y en particular sobre el abismo Challenger.
Glud y sus colegas han utilizado un innovador batiscafo, o instrumento científico sumergible (lander) diseñado para resistir las altas presiones que reinan a 11 kilómetros de profundidad. El aparato va equipado con unos microsensores que han medido el consumo de oxígeno en el fondo marino.
Esta es una medida esencial del metabolismo microbiano, y por tanto ofrece una medida fiable del grado de actividad biológica en ese entorno. Como control, han medido lo mismo 5.000 metros más arriba (es decir, a solo 6.000 metros de profundidad). El resultado, por completo inesperado, fue que la actividad biológica en el abismo Challenger duplicaba la del control, pese a que este estaba cinco kilómetros más arriba. Parece violar el principio de la odisea descendente: que cuanto más abajo más degradada está la energía original que obtuvo de la luz solar el plancton de la superficie.
Como todo descubrimiento, el de Glud plantea más preguntas que respuestas. ¿Por qué rayos tiene que haber más actividad biológica en el fondo del mundo que a profundidades meramente abisales? Los autores conjeturan que la fosa de las Marianas, a la que pertenece el abismo Challenger, actúa como una “trampa natural de sedimentos”.
Eric Epping, del Instituto Real Holandés de Investigación Marina, no ha podido evitar meterle el dedo en el ojo al director de cine James Cameron. “La ventana de su submarino debió haberse empañado por la excitación cuando Cameron dijo en su documental que la fosa de las Marianas era un lugar estéril similar a un desierto”. Tiene mala uva, pero lo dice en Nature Geoscience

sábado, 16 de marzo de 2013

“Los lobbies prohibicionistas exageran los riesgos de las drogas”

Jeffrey Miron, de 56 años, se considera un liberal acérrimo. Ha estudiado los efectos de la criminalización de las drogas durante 15 años, piensa que estos se han exagerado siempre y que todos los tipos de drogas deberían legalizarse. Ha sido presidente del departamento de economía de la Universidad de Boston desde 1992 hasta 1998. Actualmente da clases en el departamento de economía de la Universidad de Harvard.

Pregunta. ¿Por qué deberían ser legales la heroína, la cocaína y la marihuana?
Respuesta. La prohibición de las drogas es la peor solución para prevenir su consumo. En primer lugar, trae consigo un mercado negro corrupto y que cuesta vidas humanas. En segundo lugar, impone limitaciones a personas que no consumirían drogas. En tercer lugar, prohibir las drogas es caro.
P. ¿Cómo de caro?
Miron: Si legalizase las drogas, Estados Unidos podría ahorrar entre 85.000 ya 90.000 millones de dólares al año. En torno a la mitad de eso se gasta en las actuales políticas antidrogas y la mitad de eso se pierde en impuestos con los que el Estado podría gravar drogas legales.
P. En el lado de la balanza, hay muchas personas que se volverían adictas a las drogas.
R. Supongamos que el consumo de drogas aumentase como consecuencia de la legalización. ¿Sería malo? Si aplicamos las normas de la economía, eso es (al menos en parte) algo bueno. Cualquier política que me impida hacer lo que quiero empaña mi felicidad.
P. Las drogas conducen a la adicción. Empañan la felicidad de las personas.
R. La adicción no es el problema. Muchas personas son adictas a la cafeína y a nadie le preocupa. Muchas personas son adictas a los deportes, la cerveza o la comida. Al Estado tampoco le molesta eso.
P. ¿El Estado debería tratar los deportes y la cocaína de la misma forma?
R. Los efectos de la cocaína se describen de un modo tremendamente exagerado. Hay banqueros de Wall Street que esnifan cocaína; tienen ingresos altos, acceso a un buen sistema sanitario, están casados y tienen una situación vital estable. Muchos de ellos dejan de tomar cocaína posteriormente. Me da la impresión de que estas personas disfrutan consumiéndola. Luego están las personas que fuman crack y llevan vidas que son muy diferentes de las de los agentes de Bolsa; son personas con pocos ingresos, sin trabajo y con mala salud. Muchas de estas personas tienen un final lamentable. Pero la cocaína no es la culpable de eso. La culpa es de las pésimas vidas que llevan esas personas.
P. ¿Intenta decir que el crack no es nocivo?
R. ¿Es posible consumir crack durante mucho tiempo y luego dejarlo? Desde luego, y hay datos que lo respaldan. Los lobbies prohibicionistas exageran considerablemente para lograr sus objetivos. Las drogas son mucho menos peligrosas de lo que la gente piensa. No está claro que consumir marihuana o cocaína tenga efectos negativos importantes si el producto es asequible, si no tenemos que arriesgar la vida para conseguirlo y si el producto no ha sido diluido en secreto con matarratas.
P. ¿Pretende afirmar que no es peligroso inyectarse heroína?
R. La inyección está tan extendida porque, con la prohibición, la heroína es cara y la inyección hace que quienes la usan se coloquen por menos dinero. Si las drogas fuesen mucho menos caras, la mayoría de las personas probablemente fumarían heroína en vez de inyectársela.
P. Una vez más: ¿piensa que sería positivo que la legalización condujese a un aumento del consumo de drogas?
R. Si creen ustedes en todo eso en lo que los estadounidenses afirman creer – libertad, individualidad, responsabilidad personal —, tienen que legalizar las drogas. La máxima debería ser que a cada cual se le permita hacer lo que quiera mientras no perjudique a nadie más. Se da por supuesto que uno hace daño a alguien cuando consume drogas, pero los datos científicos no respaldan esta hipótesis.
P. La cocaína hace que la gente se vuelva agresiva.
R. Las pruebas científicas de eso son muy débiles. La mayoría de las pruebas que indican una relación entre la violencia y las drogas se refieren al alcohol. ¿Significa eso que debería prohibirse el alcohol? De hecho, la legalización de todas las drogas reduciría drásticamente la cantidad de violencia que hay en Estados Unidos.
P. ¿Cómo?
R. La prohibición conduce a la violencia. Al hacer que el mercado negro sea inevitable, se genera violencia porque los conflictos entre las partes implicadas en el tráfico de drogas no pueden resolverse por medios legales dentro del sistema judicial. Se ven obligadas a vivir en un mundo de penumbra en el que tienen que matarse unas a otras en vez de contratar a abogados y llevar los problemas a los tribunales.
P. ¿Entonces el Estado debería permitir que los cárteles siguieran adelante con lo suyo sin más?
R. Hay estudios que demuestran que el nivel de violencia ser reduce cuando el Estado deja de intervenir en el tráfico de drogas, debido a que se producen menos disputas entre los narcotraficantes. Las últimas pruebas provenientes de México lo confirman. Por supuesto, la violencia relacionada con las drogas hace mucho que existe. Pero no hubo un aumento repentino y una escalada de la violencia hasta que el presidente, Felipe Calderón, declaró la gran guerra contra las drogas en 2006. Hemos calculado que la tasa de asesinatos en Estados Unidos podría disminuir cerca de un 25 % si las drogas fuesen legales.
P. ¿De qué modo variarían los precios de las drogas como consecuencia de la legalización?
R. Los precios de la marihuana apenas variarían. Si comparamos los precios del mercado negro con los precios de aquellos lugares en los que la marihuana es prácticamente legal hoy, por ejemplo Holanda, son muy similares. Los precios que se pagan por la cocaína podrían bajar considerablemente.
P. Entonces todo el país esnifaría cocaína.
R. El consumo de las drogas más inocuas probablemente aumentaría. Y habría un número mayor de personas que ocasionalmente consumirían alguna droga. Pero cuando el whisky de malta sin mezclar volvió a ser legal después de que terminase la prohibición del alcohol en Estados Unidos, el país entero no se volvió adicto al whisky.
P. Como democracia, ¿no tenemos la obligación de proteger a las personas de sí mismas?
R. Creo que las personas que se hacen daño a sí mismas con las drogas lo seguirán haciendo, independientemente de que sean legales o no.
P. ¿No tenemos una obligación moral?
R. Si un amigo suyo hace alguna estupidez, ¿cree que el hecho de intervenir mejoraría o empeoraría la situación? Puede que meter a su amigo en la cárcel y obligarle a someterse a terapia no sea la mejor solución. Quizás sea mejor hablarle de manera tranquila y serena.
P. ¿Hablar es la solución para el problema de las drogas?
R. Desde luego, la prohibición no es la solución.
P. ¿Por qué están prohibidas las drogas entonces?
R. Las personas ingenuas creen que si algo es ilegal, la gente ya no lo hará. Está claro que eso no es cierto. Otros piensan que si lo ilegalizamos, el precio subirá y habrá menos personas que consuman la droga. Pero para algunos el precio no es un factor.
P. ¿Cómo sería un mundo en el que las drogas fuesen legales?
R. Como Portugal. Allí, hace varios años que el consumo es legal y apenas ha habido variaciones en la magnitud del uso de drogas. La legalización no haría que aumentara en gran medida la tasa de consumo. Y si la gente empezase a fumar marihuana, tampoco pasaría nada. Es asunto suyo.
P. ¿En serio quiere que las drogas se vendan en los supermercados?
R. Sí.
P. ¿La prescripción de drogas sería una posibilidad?
R. Una ley de prescripción muy laxa como la de California no hace ningún daño, porque cualquiera consigue una receta. Pero siendo así, ¿qué ventaja tiene? Si existe una ley de prescripción muy estricta, volverá a surgir un mercado negro.
P. ¿Qué pasaría con el mercado negro si se legalizasen las drogas?
R. Uno tendría elección. Podría comprar la cocaína en un supermercado o comprársela a un misterioso traficante mexicano en una esquina que podría matarle. Eso terminaría con el mercado negro.
P. ¿Qué pasaría con los cárteles de la droga?
R. Si las drogas se legalizasen, muchos de los cárteles de México intentarían aprovechar su experiencia creando una empresa legal de inmediato. Querrían ser los primeros y tendrían buenos productos y una buena red de distribución. Sigue sin estar nada claro que los cárteles de la droga quieran la legalización. El Chapo Guzmán, el jefe de cártel más poderoso del mundo, tiene una ventaja innata porque es un criminal muy experimentado; por eso es tan rico. Si ya no hubiese un mercado negro de drogas, Guzmán perdería su ventaja.
P. ¿Deberían gravarse las drogas?
R. Un impuesto elevado es una mala idea porque haría aumentar los incentivos para volver a crear un mercado negro.
P. ¿Por qué nadie está poniendo en práctica sus propuestas?
R. Muchos miles de personas que ocupan cargos públicos se quedarían sin trabajo como consecuencia de la legalización. Los centros de rehabilitación perderían muchos clientes porque muchas de las personas que acuden a ellos lo hacen obligadas por el sistema judicial. Las personas que construyen cárceles también tienen interés en que haya un gran número de presos. Además de eso, a la Iglesia no le gustan las drogas y en Estados Unidos la Iglesia es poderosa.
P. ¿Usted consume drogas?
R. No. Fumé algo de hierba cuando era estudiante, pero eso fue todo. Pero si mañana se legalizasen las drogas, saldría y las probaría todas. Dudo que las consumiese más de una vez; pero después de todo lo que he investigado sobre este asunto, siento curiosidad

jueves, 14 de marzo de 2013

99 FORMAS DE CONTAR LO MISMO

¿Desde cuántos puntos de vista se puede contar una historia? Como mínimo, 99. Matt Madden (Nueva York, 1968), dibujante, traductor y profesor de cómics, fue capaz de urdir 99 perspectivas distintas para abordar una anodina trama. Un hombre se levanta de su ordenador, camina hacia el comedor mientras responde a una cuestión trivial formulada por su pareja desde la planta superior, abre la puerta de su frigorífico y se pregunta: “¿Qué diablos venía a buscar aquí?”.
Ya ven, una nimiedad. Nada trascendental. La historia es lo de menos. Lo impactante es descubrir que puede ser contada desde ángulos y estilos infinitos. Más, muchos más de los que Madden incluyó. “No quiero que la gente tome el libro como si la totalidad fuesen los 99 ejemplos. Podría haber otros 99 más, pero me pareció un buen número para acabar porque muestra toda la potencialidad que hay. Si hubiera dibujado cien habría dado la impresión de punto final mientras que 99 da la impresión de que falta algo”, explica en un café madrileño.
99 ejercicios de estilo, editado en 2007 por Sins Entido y ahora reimpreso (la clásica obra de vida pausada y larga: ahora saldrá en Brasil tras ser traducida al portugués), es un homenaje a Raymond Queneau, autor de un manual obligatorio en los talleres de escritura creativa, Ejercicios de estilo, donde narra dos encuentros insustanciales desde 99 encuadres.
Una página de '99 ejercicios de estilo'.
Se podría deducir que una obra creada a partir de la extenuante repetición de la misma historia debe ser fruto de una mente acariciada por la neurosis. Pero Madden, por más que le interese lo experimental (tiene un cómic de 32 páginas en palíndromos, se puede leer indistintamente en ambos sentidos) antes que las narraciones lineales, desprende esa calma propia de quienes parecen tenerlo todo bajo control incluido su propio caos. Después de 99 versiones de la misma historia, seguía cuerdo.
—Cuando terminé odiaba mi dibujo. Me preguntaba por qué había decidido poner una escalera de caracol o un encuadre determinado. Pero nunca me cansé del proyecto ni del desafío.
Para salir airoso Madden usó un truco: “A toda costa intenté evitar el vértigo de la página en blanco, trabajaba varias a la vez, alguna se me resistió y la dejé como la de las instrucciones de avión”.
Otra de las páginas de '99 ejercicios de estilo'.
¿Tienen curiosidad por los enfoques? Pues hay puntos de vista clásicos (monólogo, subjetivo, flashback…), peliculeros (Solo ante el peligro, policiaco, superhéroes…), juguetones (minimalista, maximalista, el crítico, pareja feliz, pareja infeliz, sin nevera, sin Matt…) e impensables (digital, mapa o gráfico).
Del enfoque Actor's studio incluso da dos variaciones. La segunda es un prodigio del subrayado expresivo. “El lenguaje del cómic tiene una gran sutileza que muchos autores no utilizan y recurren a la sobreactuación, y al expresionismo desbordado”.
El dibujante rehúye el trazo exagerado tan apreciado por muchos colegas —incluidos varios consagrados—, que a veces es una herencia infantil, un cordón umbilical que conecta al ilustrador con el niño que devoró superhéroes y dibujos de Disney. Madden no hizo ni lo uno ni lo otro. Llegó al cómic, al cine y a la literatura, todo de un trago, a partir de los 18 años. Él mismo reconoce que es una de las causas que explican su inclinación hacia lo experimental. “Me fascina el proceso de luchar con una serie de reglas. Por eso me gustan las construcciones livianas. Tengo apuntes para algunas historias más clásicas, y si tuviera más tiempo haría más cosas, pero ya hay mucha gente que hace eso y lo hace bien. Sin embargo, no hay tanta gente jugando con las historias”, compara.
Desde el verano pasado, Matt Madden y Jessica Abel, su pareja y premiada dibujante, que coordinan anualmente la antología The best American comics —seleccionados por un autor al que ellos invitan: la de 2012 correspondió a Françoise Mouly, responsable de arte de The New Yorker y pareja de Art Spiegelman— han abandonado Estados Unidos para instalarse con sus dos hijos en Angulema, esa meca a la que acaban peregrinando numerosos autores de cómic desde diferentes rincones del mundo. El género está en alza — “aún se le considera algo menos que la literatura, pero ha logrado un punto de aceptación en la cultura general”, reflexiona el historietista—, aunque sin echar las campanas al vuelo. Ni hay que mitificar la industria en Francia ni agrandar la de EE UU.