lunes, 1 de julio de 2013

"Compramos 10 veces más ropa de la que utilizamos, debería darnos vergüenza"

Vivimos en tiempos de crisis y el discurso de moda es el de la austeridad. Una situación chocante, sin duda, en un país donde hasta hace no mucho parecía que cualquiera podía tenerlo todo y donde, de hecho, se espoleaba a cualquiera para que lo comprara todo, a toda costa. Ahora, el hombre común se encuentra emparedado, como comenta Ramón, abogado de 43 años, entre dos tendencias a cual más virulenta: “Por un lado no han dejado de pedirte que consumas, por el otro te piden que vivas como una monja”. El problema, añade él, “es que tratan de decirte tanto lo que necesitas –que ya te lo decían– como lo que no necesitas. Y esto último es nuevo y ya es la leche. Vale que me metan por los ojos la afeitadora eléctrica de turno o el coche mejor, pero aquello de lo que debo o no debo prescindir tengo que decidirlo yo. Hay cosas que para algunos son prescindibles y que para mí son absolutamente necesarias”.
Y aquí llegan las cuestiones: ¿Qué es lo superfluo? ¿Varía según las personas? ¿Es definible, del mismo modo que se puede indicar que es lo necesario para la supervivencia básica? La respuesta a esta última pregunta parece ser “No”: muchas cosas que usted considera absurdas y eliminables son capitales, probablemente, para su vecino, aunque quizá ni él lo sepa.
Hemos vivido en una sociedad donde la frustración no tenía lugar y todos los bienes eran bienvenidos“Son las cosas aparentemente superfluas las que nos definen, en realidad”, opina Luis F., periodista. “Piénsalo: lo que nos constituye como personas, lo que edifica nuestra personalidad, no es lo necesario. Lo necesario es común a todos –e incluso a los animales–. Es lo añadido lo que nos define, lo que no es estrictamente necesario para sobrevivir, y por tanto es en cierto modo electivo, singular. Lo decía C. S Lewis: “la amistad es innecesaria, como la filosofía, como el arte, porque no tiene un valor de supervivencia; sin embargo es una de las cosas que da valor a la supervivencia’”. “Quita todo eso supuestamente innecesario”, resume Luis, “y sólo tendrías un animal”.
Hay que ser cuidadoso, pues, cuando se hace apología de la austeridad. HastaDiógenes, como es sabido, necesitaba el sol.
La psicóloga clínica Elena Borges es partidaria del comedimiento pero bien entendido, partiendo del viejo axioma que cita, de que “no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita”.
“Lo más importante para afrontar una época como esta es la actitud de cambio”, afirma. “Hemos vivido en una sociedad donde la frustración no tenía lugar, muy intolerante, donde todos los bienes eran bienvenidos. Es una pena que haya tenido que venir una crisis para que nos demos cuenta de que hay un problema y empecemos a valorar qué es esencial y qué no, aunque si eso sucede por fin, bienvenida sea la crisis”.
En su opinión, nuestra sociedad está aquejada de “una falta general de capacidad para la introspección. Hay que preguntarse ¿qué me gustaría ser? ¿Qué me hace falta?”. Y aunque afirma que “las generaciones anteriores aguantaban mucho mejor la frustración que ésta”, sostiene también que todos estamos “equipados” para llegar a realizar esa tarea introspectiva. “Hay que disfrutar de las pequeñas cosas y valorar lo esencial…”, dice.
Pero, de nuevo, ¿qué es lo esencial?
Pequeñas cosas, muermo ininterrumpido
Ramón, el abogado, es fan de Rafael Berrio, un cantautor donostiarra cuyo disco le pasó hace poco un amigo. Ahora lo escucha a todas horas, e insiste que prestemos atención a la letra de un tema llamado Las pequeñas cosas: “No encuentro la felicidad en las pequeñas cosas/Las pequeñas cosas de la vida no me bastan (…) ¿O puede acaso compararse un amor heroico/con tal vez veinte años de muermo ininterrumpido?”. Ramón sí cree en las pequeñas cosas, pero a su manera, con matices y como modo, precisamente, dice, “de luchar contra ese muermo” del que habla la canción. “Creo que hay que cultivar las pequeñas cosas personales, las que uno quiera, que son grandes en realidad. Es un ejercicio de libertad y es un lujo. Esas cosas no deben ser dictadas por nadie. Nadie puede decirle a uno mismo lo que es superfluo y lo que no”.
Las necesidades de supervivencia son siempre muy exiguas y cubrirlas no parece suficiente para obtener satisfacciónCarlota, de 30 años, amiga suya y que también estudió psicología, aunque ha terminado trabajando en algo completamente distinto, ha reflexionado al respecto y sostiene una teoría más desarrollada y radicalmente encontrada con la tendencia actual. Para ella, el lujo –entendido a su peculiar manera– es necesario, es un motor: “Creo que tenemos bastante necesidad de lo innecesario”, opina, “Es un error considerar que el materialismo es algo antinatural. Se asume que existe un instinto de supervivencia, pero ¿y el instinto de la abundancia, del lujo? En mi opinión, el hombre tiende igualmente al lujo porque el lujo tiende también, mediatamente, a la supervivencia. Esa tendencia consiste en el deseo de tener a nuestra disposición cualquier cosa que, sin embargo, no es precisa para atender a nuestras necesidades inmediatas. Pero esas necesidades, las de supervivencia, son siempre muy exiguas y cubrirlas no parece suficiente para obtener satisfacción ni, desde luego, para progresar individual, colectiva o socialmente. Acaparar es bueno porque significa no estar atado a la búsqueda de soluciones apremiantes, porque permite pensar a largo plazo y, pensar a largo plazo, te permite evolucionar”.
Consideremos esas cosas aparentemente prescindibles como un lujo que apoya el progreso social –como Carlota– o como un elemento vertebrador de la individualidad –al modo de Ramón–: ¿Cuáles son? Lo cierto es que cada persona a la que pregunten responderá de manera distinta. Cuatro ejemplos:
Primero
Rocío, guionista: “Por supuesto que hay cosas que nos ayudan a vernos y oírnos mejor. Muchas de ellas tienen que ver con las cosas que vivimos en nuestra infancia. Objetos que nos hacen recordar que una vez fuimos nosotros, sin culpa. Normalmente no coinciden con las prioridades de los demás, por eso son especiales y nuestras. Yo descubrí hace poco mi real apego a los cosméticos. De niña mi madre se tiraba horas conmigo en la planta de cosméticos de El Corte Inglés. Cuando estoy triste, sólo con entrar y oler los perfumes caros, me pongo de buen humor. Yo construí toda una cosmogonía alrededor de esos botecitos con ungüentos misteriosos y nombres mágicos... Chanel, Clinique, Lancome... Ahora, después de una huida brutal de la civilización, al volver, me doy cuenta de que cuando me echo esas cremas conecto con una parte de mí olvidada. Mi yo me cuida, me reconforta y me hace sentir mujer y única. Yo sé que voy a ser la misma a los 80 con cremas o sin ellas. Pero cuidarme y disfrutar de poder adquirirlas me hace embadurnarme de esa niña que las coleccionaba en su cuarto y hablaba sola. Y me gusta”.
Segundo
Arturo, músico (aunque no viva de ello): “Una misma persona tiene etapas en las que se ve autosuficiente y no precisa de estímulos externos, ya sean materiales o intangibles, profundos o banales, que le ayuden a dar significado a su existencia, quizás porque es capaz de generarlos por sí sola. Y sin embargo, tiene otras etapas en las que para seguir avanzando es necesario estimularse, y por tanto buscar el acicate más adecuado para ese justo momento, que le genere nuevamente los estímulos internos que le permiten continuar. Todo pasa porque al final algo interior se active. En mi caso personal, me estimula  la labor creativa, y para ello en ocasiones no preciso de nada externo para comenzar el proceso, ya que el mero hecho de obligarme a ‘trabajar en ello’ genera una energía que se retroalimenta. En otras ocasiones, sin embargo, para activarme e iniciar el proceso que a su vez tenga ese efecto positivo en mi vida, puedo necesitar la ayuda de pequeñas cosas insignificantes y frívolas como un bolígrafo, unos vinos, o una libreta nueva; de cosas engañosamente superficiales como asearme y vestirme de una manera concreta o de que alguien que aprecias o te atrae sexualmente te de una palmadita en la espalda y te anime a seguir en esa línea, o de cosas más profundas, algunas con un significado más explícito como leer el libro adecuado, ver la película idónea o escuchar un disco determinado, y otras con un significado mucho más personal, como cargarme de energía negativa viendo cosas que disparan mis niveles de rabia en la calle, en los bares, en mi lugar de trabajo superfluo, o en la televisión”.
Tercero
Antonio, periodista, jefe de prensa de una asociación comercial: “El deporte es un elemento terapéutico que es esencial para mí. Nos recuerda lo que somos, animales. Antes cazábamos mamuts y ello generaba mucha satisfacción, pues podías alimentar al clan, ahora ese bienestar se obtiene con unas horas de bici, un buen partido de tenis o corriendo por el parque para sudar un poco y desconectar de la rutina diaria. No traes la comida a casa, aunque podrías matar a un caniche o a un jubilado, pero en nuestro interior se produce algún proceso que genera casi tanto bienestar”.
Cuarto
Úrsula, funcionaria: “Yo hago un programa de radio. No cobro nada por hacerlo. Habrá quien piense que no tengo nada mejor que hacer con mi vida, pero en cambio para mí configura una fuente de satisfacción personal porque aprendo, me obliga a indagar, y me permitía desarrollar facetas, y además saber que es algo valorado por mi entorno, que gusta”.
Como se verá, ni el olor de los cosméticos, ni las carreras por el parque en pos de un inexistente mamut, ni los programas de radio underground ni los poemas de media tarde dan ni un duro. Muy al contrario, quitan tiempo y dinero. Nadie nos los prohibirá, por ahora, pero muchos podrían considerarlos inútiles. De hecho, lo hacen.